A MODO DE PRESENTACION

Ya esta. El sueño se cumplió. Dejare de escribir en las paredes, ahora tengo mi pagina propia. Soy un periodista de alma, que desde hace 40 años vive y se alimenta de noticias. Tenia 18 años cuando me recibieron en El Liberal de Santiago del Estero, el doctor Julio Cesar Castiglione, aquien le debo mucho de lo que soy me mando a estudiar dactilografia. Ahí estaba yo dando mis primeros pasos en periodismo al lado de grandes maestros como Noriega, Jimenez, Sayago. Gracias a El Liberal conocí el mundo. Viaje varias veces a Europa, Estados Unidos, la lejana Sudafrica y América del Sur, cubriendo las carreras del "Lole" Reutemann en la Formula 1. Después mi derrotero continuo en Capital Federal hasta recalar para siempre en Mar del Plata, donde nacieron tres de mis cinco hijos y conocí a Liliana, el gran amor de mi vida. Aquí fui Jefe de Redacción del diario El Atlántico y tuve el honor de trabajar junto a un enorme periodista, Oscar Gastiarena. De el aprendí mucho. Coqui sacaba noticias hasta de los edictos judiciales. Bueno a grandes rasgos ese soy yo. Que es Mileniomdq, una pagina en la web en donde encontraras de todo. Recuerdos, anedoctas, comentarios. Seré voz y oídos de mis amigos. Ante un hecho de injusticia muchas veces quisistes ser presidente para ir en persona al lugar y solucionar los temas. Eso tratare de ser yo. Una especie de justiciero ante las injusticias, valga el juego de palabra. No faltaran mis vivencias sobre mi pago, Visiten el lugar, estoy seguro que les gustara. Detrás de mis comentarios idiotas se esconde un gran ingenio.

jueves, 6 de diciembre de 2012

AQUEL GRAN CAPITAN



Por Waldemar Iglesias
Es el retrato de una contradicción. O no tanto. En los mismos pasillos del Monumental, ahí cerca del vestuario local, en pleno corazón del anillo, los tres hombres que insultan entre varios hinchas y socios quejosos ya van camino a los 50 años. No hay que ser mago para imaginarlo: son los mismos que gritaron ovaciones en nombre del protagonista que ahora desprecian. En aquel tiempo de sus adolescencias, Daniel Passarella era una suerte de superhéroe llegado desde Chacabuco y capaz de rescatar a River ante cada adversidad. Cuentan que saltaba más que ningún otro en el fútbol del mundo; sus estadísticas señalan que hacía goles como un delantero; y quienes lo vieron se entusiasman diciendo que defendía como un guerrero. Y que la gente, con la naturalidad que abraza a quien los representa con éxito, lo adoraba. Era símbolo, emblema, figura, estandarte. Los que lo tenían pegado como poster en la pieza de su niñez juran que era capaz de todo. Pero ya no pasa nada de eso: el Passarella entrenador escuchó muchos aplausos y algunos rechazos; el que apostó a ser presidente del club sufre el estigma del descenso y los frecuentes reclamos por decisiones desprolijas.
Hubo otro Passarella. El que -cuentan- nació derecho, pero se hizo zurdo de tanto practicar. El de la infancia como presunto hincha de Boca, sin militancias ni fanatismos. El que se probó en Independiente y en Estudiantes. Ese que era marcador central y que compensaba la falta de algunos centímetros con una destreza notable. Es el mismo que debutó en Sarmiento de Junín, en la Primera C, en 1973. El azar lo ayudó. Recién empezaba y Néstor Rossi, por recomendación de su amigo, el tucumano Raúl Hernández, fue a verlo jugar. No dudó ni dos suspiros: lo llevó a River. Y lo hizo debutar en un torneo de verano frente a Boca. Se suele contar una anécdota de aquel episodio inaugural: "¿Se anima a jugar el Superclásico?", le pregutó el técnico. Y Passarella, que todavía no había cumplido 21 años, le respondió una osadía: "Hay que ver si usted se anima a ponerme". Jugó. Y creció. Y se hizo referente. Pronto consiguió mucho: en 1975, César Menotti lo convocó por primera vez a la Selección. En ese mismo año, en el Torneo Esperanzas de Toulon, fue capitán del seleccionado por primera vez.
Lo sostiene, en la redacción de Clarín, Miguel Angel Bertolotto, autor del libro El Campeón del Siglo: "El defensor más grande de todos los tiempos fue Franz Beckenbauer, el otro Kaiser. Pero no era sólo un defensor, sino un jugador de toda la cancha. Sin embargo, no tengo dudas de que Passarella es uno de los más grandes de la historia, no sólo del fútbol argentino. Es más, si yo tuviera que elegir en el pan y queso del barrio, sería uno de los primeros que elegiría. Como jugador tenía todo. Defendía muy bien, hacía goles de cabeza, de tiro libre, de penal, llegando... Y tenía una personalidad que lo hacía distinto a todos. Un monstruo, decididamente". En sus dos ciclos en River (del 74 al 82 y en la temporada 88/89), Passarella disputó 298 partidos e hizo 99 goles (la mayor cifra para un defensor en la historia del fútbol argentino). Sí, un promedio propio de un número diez o de un delantero. También jugó en la Fiorentina y en el Inter. En ambos lugares dejó recuerdos de los mejores. También allí, en rodeo ajeno, fue caudillo y bandera.
Menotti lo adoptó pronto como uno de sus imprescindibles. Sin embargo, su condición de Gran Capitán necesitó de una ausencia. Jorge Carrascosa era el dueño de ese espacio para la consideración del entrenador en la antesala del Mundial de Argentina 1978. Lo conocía del memorable Huracán de 1973. Era el líder legítimo; el cuerpo técnico lo valoraba como a nadie; sus compañeros lo respetaban, sus rendimientos lo avalaban. Tenía todo lo que tantos deseaban. Pero él no estaba a gusto con el ambiente del fútbol ni con lo que en el país sucedía. Dijo basta de modo inesperado. Un día antes de dar la lista para la Copa del Mundo, Menotti ya conocía la respuesta negativa. Pero lo llamó. Y el lateral izquierdo, el indiscutido, dijo lo que le salió de adentro: "No va más, César". A esa altura, Carrascosa ya se había recluido en Mar del Plata. Hizo silencio, escuchó su voz interior. Se sintió conforme con su decisión. Nunca se arrepintió.
El Passarella jugador tenía -claro- cosas del Passarella que se hizo técnico y que ahora preside: era autorreferencial. Alguna vez -con una sonrisa en la cara, pero sin ironía- lo contó el inmenso Mario Kempes, crack de la primera conquista mundial argentina: "No quería darle la Copa a nadie. Ni yo la toqué. Con los codos arriba, la protegía contra todos. ¡Si hasta se negaba a dársela al encargado de seguridad que vino a buscarla al vestuario!". También era vehemente como pocos. Para bien y para mal. Podía llevar adelante a un equipo él solo, como hizo en 1985 frente a Perú, en el Monumental, para armar la impactante jugada que derivó en el 2-2 y en la clasificación para la Copa del Mundo de México. Y podía caer en prácticas inaceptables como pegarle una patada a un chico que alcanzaba pelotas y se había atrasado, en pleno partido de la Serie A de Italia.
La propia FIFA, que lo ubica en el Salón de la Fama de los grandes defensores de la historia, también lo definió: "Fue un defensor áspero, de esos a los que nadie, ni el atacante más corajudo, quisiera enfrentar. Pero no sólo los delanteros le temían: con su zurda prodigiosa y un salto que envidiaría cualquier basquetbolista, el marcador central más goleador en la historia del fútbol argentino fue también el terror de los arqueros rivales. El gesto adusto, la zurda cargada de gol y el brazalete de capitán se convirtieron en su marca registrada. La otra, la que quedará para la posteridad, es la que lo muestra sonriente y feliz. En andas, con el número 19 en la espalda y el trofeo de la Copa Mundial en la mano, con su querido y conocido estadio Monumental como escenario". En esa imagen que recorrió el mundo y que recorre la historia, Passarella ya se mostraba del modo que el universo del fútbol le reconoce: como El Kaiser.
Es el único futbolista argentino que ganó dos Mundiales de mayores, una marca que amenaza con no ser igualada nunca. En Argentina 1978, fue clave. En México 1986, estuvo en el plantel pero no jugó ni un minuto por problemas estomacales. Sobre lo que allí sucedió, Ubaldo Fillol -campeón del mundo con Passarella en la primera ocasión; y arquero del equipo que logró la clasifición para la Copa del Mundo para México- contó en días recientes a La Gaceta de Tucumán, sobre Carlos Bilardo: "A Daniel lo llevó y le dio una purguita que lo sacó del equipo. Y casi lo mata. Es literal, todos lo sabemos, pero nadie se anima a decirlo. Yo no tengo problema. ¿Dónde estuvo Passarella durante el Mundial de México? Internado con una diarrea infernal. ¡Preguntale a Daniel o a los que fueron a verlo! Le dieron algo para tomar. Elijo ser uno de esos pocos que lo cuentan". Entre la profusa mitología del fútbol argentino, habita la historia del asado en la parrilla del Cabezón Cremasco, ya en México. Y una pregunta de mil respuestas imaginarias: ¿Qué pasó allí?
Lo escribió él mismo, a modo de carta abierta a los hinchas, en ocasión de la salida de Matías Almeyda y de la llegada de Ramón Díaz, la última semana: "River es el club más grande de la historia del fútbol argentino y uno de los más grandes de la historia del fútbol mundial. Ningún otro club argentino tiene, en el extranjero, el reconocimiento y el prestigio de River. Sí, River ya era el mejor antes de que yo naciera y seguirá siéndolo después de que yo me muera. Quiero decir que River es una institución que está mucho más allá de los hombres". Lo avala su recorrido por el club para decirlo, claro. Pero sobre todo aquel pasado con la número seis, ese tiempo en el que nacía la leyenda del Kaiser. Esos días en los que los que ahora lo silban lo aplaudían hasta romperse las manos.

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