A MODO DE PRESENTACION

Ya esta. El sueño se cumplió. Dejare de escribir en las paredes, ahora tengo mi pagina propia. Soy un periodista de alma, que desde hace 40 años vive y se alimenta de noticias. Tenia 18 años cuando me recibieron en El Liberal de Santiago del Estero, el doctor Julio Cesar Castiglione, aquien le debo mucho de lo que soy me mando a estudiar dactilografia. Ahí estaba yo dando mis primeros pasos en periodismo al lado de grandes maestros como Noriega, Jimenez, Sayago. Gracias a El Liberal conocí el mundo. Viaje varias veces a Europa, Estados Unidos, la lejana Sudafrica y América del Sur, cubriendo las carreras del "Lole" Reutemann en la Formula 1. Después mi derrotero continuo en Capital Federal hasta recalar para siempre en Mar del Plata, donde nacieron tres de mis cinco hijos y conocí a Liliana, el gran amor de mi vida. Aquí fui Jefe de Redacción del diario El Atlántico y tuve el honor de trabajar junto a un enorme periodista, Oscar Gastiarena. De el aprendí mucho. Coqui sacaba noticias hasta de los edictos judiciales. Bueno a grandes rasgos ese soy yo. Que es Mileniomdq, una pagina en la web en donde encontraras de todo. Recuerdos, anedoctas, comentarios. Seré voz y oídos de mis amigos. Ante un hecho de injusticia muchas veces quisistes ser presidente para ir en persona al lugar y solucionar los temas. Eso tratare de ser yo. Una especie de justiciero ante las injusticias, valga el juego de palabra. No faltaran mis vivencias sobre mi pago, Visiten el lugar, estoy seguro que les gustara. Detrás de mis comentarios idiotas se esconde un gran ingenio.

martes, 4 de diciembre de 2012

LA LEYENDA DEL PETISO FANTASMA



 Por Roberto Eduardo Vozza                                 
 (Sustrato de la evocación de Julio Carreras)
A fines de la década del 50’ una noticia conmovió a toda la sociedad santiagueña: ¡por las noches, andaba apareciendo, sistemáticamente, un ser sobrenatural! Repentinamente, se acercaba a los pequeños grupos de colegialas, que regresaban de sus escuelas. Dicen que era erudito, y se mostraba elegante y respetuoso y que se dirigía a ellas tras el sólo propósito de disfrutar con su compañía.
A modo de advertencia, sin embargo, comenzó a aparecerse también ante algunas autoridades. Curas párrocos, conductores de "mateos", comisarios... se lo encontraban de repente, mirándolos de un modo sombrío, antes de esfumarse en la oscuridad.
De distintas fuentes de información, todas confiables, llegaban nuevas noticias: ¡el Petiso había sido visto en Tala Pozo! ¡El Petiso, anoche, se les apareció a las chicas de la Escuela del Centenario! ¡El Petiso en el Profesorado de la Normal! ¡El petiso en La Sarmiento!...
A las chicas que iban a la escuela de mi tío Mariano se les apareció cierta noche y al día siguiente nuestra familia sólo hablaba de eso. Si bien de Enseñanza Primaria, al ser Nocturna, iban allí muchachas que por una u otra causa no habían podido hacer sus estudios en edad normal, durante la infancia. Presentaban entonces edades que iban entre los 13 y hasta veinte años, con un promedio de dieciséis. ¡Este era precisamente el target del Petiso!
Mi tío Mariano tenía una alumna a quien alojaba en su casa.* Bella muchacha blanca, de cabellos oscuros cayendo en graciosa melenita alrededor de su cara ovalada, a la mañana siguiente nos contó asustada lo ocurrido.
"Salíamos con tres chicas compañeras de la escuela, como a las nueve y media", se estremecía, ante la asombrada rueda que componíamos mi abuela Corina, tía Teodora, mi hermanito Gustavo de seis años, yo de ocho, mi pequeña prima Carmen Graciela y detrás nuestras dos "muchachas", paradas.
"Queríamos comprar caramelos en el almacén, y cuando íbamos cruzando la placita, de repente... un hombre apareció en medio de nosotros"...
Ninguna de las cuatro lo había escuchado llegar (pese a que por entonces y especialmente de noche, nuestra ciudad era muy silenciosa, escasos motores turbaban su calma y apenas los cascos de uno que otro "mateo" resonaba alejándose por momentos).
"Se metió en el medio de nosotros", se estremecía Catalina, la joven protegida de mis tíos, la cual rondaría entonces los dieciocho años. "¡A mí y Dorita, nos ha tomado del brazo!"
Las chicas se asustaron tanto que perdieron el habla. Después de saludarlas, el Petiso siguió con ellas, diciéndoles galanterías, hasta el final de la plaza. Mas desapareció, apenas las jóvenes hubieron pisado la vereda del almacén.
Entonces gobernaba Santiago del Estero don Eduardo Miguel. Hombre campechano, elegante y alto, de cuidado bigote cano, gustaba trasladarse hasta la sede gubernamental -frente a la plaza San Martín- en "mateo". Declinaba de vez en cuando el auto oficial, para que la gente lo pudiera ver y saludarlos. En esos finales de los 50 no se reunían multitudes tensas al mezclarse las celebridades con el público: se las contemplaba con naturalidad. Don Eduardo Miguel solía atravesar por la mano derecha de la Acequia Belgrano, saludando con la mano cada tanto a los transeúntes, en un "coche de plaza", las más o menos veinte cuadras que separaban su residencia del edificio gubernamental.
"Don Eduardo", le gritaba repentinamente algún ciudadano, al verlo venir: "¿cuándo lo van a agarrar al Petiso?"
"¡Para qué quieres que lo agarremos, m´hijo! ¡Si las trata a las chicas mejor que sus maridos!", bromeaba el gobernador.
Tanta popularidad alcanzó el Petiso, tanto se hablaba de él en casas, reuniones, bailes y confiterías, que los Hermanos Simón, por entonces el conjunto musical más popular de Santiago, decidieron dedicarle una chacarera:
Durante varios meses la figura fea pero impecablemente vestida y seductora del fantasmal petiso coloreó las anécdotas de toda una población que por entonces constituía, en realidad, sólo una "gran familia". Ninguna tragedia ni situación desagradable vino a empañar esta singular incursión temporaria de aquel personaje, a quien el consenso de indoctos y sabios otorgaba, unánimemente, la condición de "sobrenatural".
Si ningún aviso, también, tal como había iniciado su vigencia, el Petiso desapareció. Para no volver. Y hasta hoy, pocas veces -quizá ninguna por escrito- se lo recordó.

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