Soy de los que no abren un mail cuando no conozco al que lo envió, por eso de los virus. Cuando revise mi correo electrónico vi Luciana Arancedo. El nombre no me dacia nada, pero el apellido me hacia mucho ruido. Lo abrí y me encontré con este mensaje:
Hola Alfredo, yo soy la hija de Ricardo Arancedo, quien fuera su compañero en el Diario El Atlántico, de Mar del Plata. Hoy un amigo me envió un párrafo de su nota, en el blog, y me emocioné cuando leí las palabras de mi papá. Hace poco más de un año el falleció, pero por un tema de privacidad no salió en ningún diario. Para mí es un orgullo ser su hija, y ver reflejada en estas anécdotas la manera de ser de él. Alguien que valoraba las pequeñas cosas de la vida....
Desde ya, si tiene algún otro recuerdo, más que agradecida...hay mucha gente que recuerdo de esa época, Avellaneda, el fotógrafo, Cochilobo en la entrada...Más que nada por lo apellidos, como los llamaba mi papá. Gracias nuevamente por sus palabras.....Ya tengo su página en mis marcadores.
No sabría explicar con palabras lo que sentí ese momento. Las palabras de Luciana me producían una enorme tristeza, pero al mismo tiempo una gran paz interior. No por la perdida, irreparable por cierto, por las palabras de su hija y el pedido de los recuerdos que tenia de su padre. Que los tengo y muchos, querida Luciana.
Ricardo o "Minguito" como le decíamos en el diario fue un bohemio empedernido, formado en la universidad de la calle, era dueño de un humor increíble. Hay un poema que dice:
Ricardo o "Minguito" como le decíamos en el diario fue un bohemio empedernido, formado en la universidad de la calle, era dueño de un humor increíble. Hay un poema que dice:
Yo todo lo que tengo lo doy por las damas
y nunca me entretengo a ver si me aman
les doy mi corazón tan solo una semana
y luego sin rencores dejo que se alejen
si les da la gana
Me quito la camisa por un buen amigo
hoy vivo millonario, mañana mendigo
mi dicha o mi dolor, a nadie se lo digo
por eso nadie sabe cuando estoy gozando
cuando estoy herido
y nunca me entretengo a ver si me aman
les doy mi corazón tan solo una semana
y luego sin rencores dejo que se alejen
si les da la gana
Me quito la camisa por un buen amigo
hoy vivo millonario, mañana mendigo
mi dicha o mi dolor, a nadie se lo digo
por eso nadie sabe cuando estoy gozando
cuando estoy herido
Ese era Ricardo Arancedo, que se hizo periodista, y de los buenos, de grande. Lector empedernido solía contarme en la intimidad que cuando se separo de su primera señora, lo único que se llevo fueron sus libros, antes que la ropa. Antes de llegar al diario El Atlántico, "vi luz y entre, nadie me dijo nada y agarre una maquina y me puse a escribir" solía contar, vendió medias por la calle y entre sus mejores clientes tenia a la comunidad gitana. "Si no me compran me pongo a gritar", les decía desde la vereda, a la par que ofrecía medias mas baratas porque tenia el talón para adelante.
Ya como periodista se inclino por los gremios y así fue amigo de Saravia, de Hugo Moyano, de Pepe San Martín, de los Lencinas y de tantos otros, que lo respetaban. También vendía publicidad y en un tiempo para ayudar al diario se tomaba el trabajo de llamar todas las noches a las cocherias fúnebres para que publicaran los avisos en el diario de sus amores.
Con su andar cansino, un día ingreso a la redacción, tarde como de costumbre, con algo en su mano. El querido Julio Muñoz, jefe de Redacción le grito:"Arancedo usted siempre tarde", y Mingo, mostrándole la semilla con sus brotes que traía en sus manos, le contesto con su pachorra:"Mire Muñoz lo que es capaz de hacer la naturaleza mientras usted protesta por boludeces".
Un buen día organizo un encuentro de fútbol entre periodistas e invito a mi ex diario de Santiago del Estero, El Liberal al año siguiente vamos a jugar nosotros a la provincia norteña. A el no le importaba el fútbol, pidió ir para conocer a don Sixto Palavecino, fue a la peluquería del notable folclorista y para romper el hielo le dijo: "Don Sixto vengo de Mar del Plata para que me corte el cabello", y le cayó tan en gracia a don Sixto que se quedo horas hablando con el.
Que gran tipo el "Mingo" Arancedo. Había un grupito que integrábamos, "Palito" Olguin, el "Gordo" Marino, Jorge Gomez, "Rumorito" Franco, "Coqui" Gastiarena, Ricardo y quien esto escribe. y saliamos después de trabajar a trasnochar por los boliches y no parábamos de reírnos por obra y gracia de Arancedo. Eramos habitué a la Peña Salteña y una noche le hicimos una nota como de tres horas al "Chango" Nieto, le tomamos todo el whisqui, y la nota nunca salio.
Dejo palabras celebres en el diario. Solía decir: "Dios compra todos los días El Atlántico, por eso sale". o "Algún día en lugar de salir el diario va a entrar". Pero lo mas notable fue cuando decía: "Lo único que le falta a El Atlántico es que salga con las tapas adentro". Una noche pusieron mal las chapas y el diario salio con las tapas adentro.
Ricardo se prendía en todas. Cuando Hugo Moyano, era el "Negro" de Mar del Plata sabia pasar a buscarnos con Roque Di Caprio por el diario a Ricardo y a mi para irnos de copa por ahí.
Cuando me entere de que estaba en el geriatrico municipal, fui a verlo, ya no estaba. Lo busque hasta que lo encontré en uno de calle Castelli. A duras penas me conoció. Estaba sentado con otras tres mujeres en una mesa del comedor. Hablamos algo, de lo poco que se acordaba. Entre la charla se dio cuenta que una de las señoras se había quedado dormida con la cabeza apoyada en la mesa y mirándome me dijo: "Esta no sabe ni para que esta aquí". No sabia que me estaba entregando su ultima humorada.
Ya como periodista se inclino por los gremios y así fue amigo de Saravia, de Hugo Moyano, de Pepe San Martín, de los Lencinas y de tantos otros, que lo respetaban. También vendía publicidad y en un tiempo para ayudar al diario se tomaba el trabajo de llamar todas las noches a las cocherias fúnebres para que publicaran los avisos en el diario de sus amores.
Con su andar cansino, un día ingreso a la redacción, tarde como de costumbre, con algo en su mano. El querido Julio Muñoz, jefe de Redacción le grito:"Arancedo usted siempre tarde", y Mingo, mostrándole la semilla con sus brotes que traía en sus manos, le contesto con su pachorra:"Mire Muñoz lo que es capaz de hacer la naturaleza mientras usted protesta por boludeces".
Un buen día organizo un encuentro de fútbol entre periodistas e invito a mi ex diario de Santiago del Estero, El Liberal al año siguiente vamos a jugar nosotros a la provincia norteña. A el no le importaba el fútbol, pidió ir para conocer a don Sixto Palavecino, fue a la peluquería del notable folclorista y para romper el hielo le dijo: "Don Sixto vengo de Mar del Plata para que me corte el cabello", y le cayó tan en gracia a don Sixto que se quedo horas hablando con el.
Que gran tipo el "Mingo" Arancedo. Había un grupito que integrábamos, "Palito" Olguin, el "Gordo" Marino, Jorge Gomez, "Rumorito" Franco, "Coqui" Gastiarena, Ricardo y quien esto escribe. y saliamos después de trabajar a trasnochar por los boliches y no parábamos de reírnos por obra y gracia de Arancedo. Eramos habitué a la Peña Salteña y una noche le hicimos una nota como de tres horas al "Chango" Nieto, le tomamos todo el whisqui, y la nota nunca salio.
Dejo palabras celebres en el diario. Solía decir: "Dios compra todos los días El Atlántico, por eso sale". o "Algún día en lugar de salir el diario va a entrar". Pero lo mas notable fue cuando decía: "Lo único que le falta a El Atlántico es que salga con las tapas adentro". Una noche pusieron mal las chapas y el diario salio con las tapas adentro.
Ricardo se prendía en todas. Cuando Hugo Moyano, era el "Negro" de Mar del Plata sabia pasar a buscarnos con Roque Di Caprio por el diario a Ricardo y a mi para irnos de copa por ahí.
Cuando me entere de que estaba en el geriatrico municipal, fui a verlo, ya no estaba. Lo busque hasta que lo encontré en uno de calle Castelli. A duras penas me conoció. Estaba sentado con otras tres mujeres en una mesa del comedor. Hablamos algo, de lo poco que se acordaba. Entre la charla se dio cuenta que una de las señoras se había quedado dormida con la cabeza apoyada en la mesa y mirándome me dijo: "Esta no sabe ni para que esta aquí". No sabia que me estaba entregando su ultima humorada.
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